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EFESIOS 4:7-13 Y LOS “APÓSTOLES” DE HOY

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Por: Juan Stam

Sobre la posibilidad o no de tener apóstoles hoy, los dos pasajes bíblicos más importantes son Hechos 1:21-22 y 1 Corintios 15:1-9. Curiosamente, los defensores del movimiento neo-apostólico evaden sistemáticamente esos dos pasajes, y corren más bien a su texto favorito, Efesios 4:11, que de hecho no dice nada sobre el tema. Además, las evidencias de Hechos 1 y 1 Corintios son exegéticas, basadas en las mismas palabras del texto, pero los argumentos neo-apostólicos de Efesios 4:11 no son exegéticos sino son inferencias que ellos sacan del texto, a espaldas de otras evidencias bíblicas.

En artículos anteriores hemos señalado que “el paradigma definitivo” del concepto bíblico de “apóstol” se encuentra en Hechos 1 y 1 Corintios 15. Según el primer texto, el sucesor de Judas tenía que ser uno “de estos hombres que han estado juntos con nosotros todo el tiempo que el Señor Jesús entraba y salía entre nosotros”, desde Juan el Bautista hasta la Ascensión de Jesús, para que calificado así “sea hecho testigo, con nosotros, de su resurrección” (Hch 1:21-22; 4:33). La función del apóstol es la de ser testigo, con base en su propia experiencia personal e histórica. Por eso, escribe Oscar Cullmann, “el apostolado es, por definición, una función única que no puede ser prolongado”.

Un pasaje paralelo, en Hch 10:37-41, repite en lenguaje muy parecido el requisito de ser testigos presenciales, llamados por el mismo Jesús para dar testimonio de la resurrección. En ese texto Pedro le cuenta a Cornelio que “nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén… A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos, y nos mandó que…testificásemos que el es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”.

Ese requisito de haber sido discípulo y testigo ocular de la resurrección era un problema difícil para Pablo, quien afirmaba ser apóstol, llamado por Jesús mismo (Rom 1:1; 1Cor 1:1), pero no parecía cumplir esa condición indispensable (ver 1Cor 9:1-6; 2Cor 10-11; 12:11-12). Ante sus enemigos que negaban que él fuera apóstol, Pablo defiende su apostolado precisamente en los mismos términos de Hechos 1. Primero Pablo señala que Cristo Resucitado apareció a Pedro, a los doce y “a los demás apóstoles” (15:5-7, siempre con el mismo verbo, ôfthê, clara referencia a las apariciones físicas del Resucitado durante el período entre la resurrección y la Ascensión, Hch 1:3). Después Pablo se incluye en ese mismo registro de testigos oculares, pero como excepción y como el último, al escribir “y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (15:8, con el mismo verbo). Por eso se describe como “un abortivo”, nacido fuera del tiempo normal.

Los datos históricos confirman lo dicho por Pablo, que él era el último en ser llamado al apostolado (aun posterior a Matías). En todo el Nuevo Testamento y todos los documentos históricos de la iglesia antigua no aparece ninguna evidencia de la elección de un sucesor a ningún apóstol que ha muerto. Pocos años después de la elección de Matías, Herodes hizo matar al apóstol Jacobo, hermano de Juan (de los hijos de Zebedeo), uno de los doce, pero no se escogió ningún sucesor a Jacobo. Tampoco hubo sucesor de Pablo cuando murió. El historiador Eusebio reporta la muerte de diferentes apóstoles, pero jamás narra el nombramiento de un sucesor. Esto confirma la enseñanza de Hechos 1 y 1 Cor 15, que el oficio y el título de “apóstol” se limita a los testigos oculares de Jesús, entre sus contemporáneos históricos.

Otro requisito para ser apóstol era el haber sido nombrado directa y personalmente por Jesús mismo, como ocurrió durante su ministerio en la tierra (Mr 3:14; 6:30). Ya para la elección de Matías Cristo había ascendido, pero los discípulos recurrieron a procedimientos judíos bien conocidos. Fue un proceso de tres pasos: primero, reflexión seria y acción responsable (definir requisitos; estudiar candidatos para escoger a dos, ambos calificados para el puesto, Hch 1:21-23), después oración (1:24) y finalmente echar suertes entre los dos candidatos antes aprobados (1:26). Esto era precisamente el método normal para conocer la voluntad de Dios y aun para escoger los oficiantes (Lc 1:8-9) y los sacrificios para el culto del templo (Lv 16:8-10; Neh 10:34) como “echar suerte delante de Jehová nuestro Dios” (Jos 18:6,8,10). El pasaje significa, entonces, que no fueron los apóstoles que escogieron a Matías, sino que fue Dios mismo. De igual manera, Pablo insiste en que él no fue nombrado apóstol por los doce ni por otras personas humanas sino por Jesús mismo (Gal 1:1,11-2:9; 1Tim 2:6-7 NVI).

Todas estas evidencias muy claras, bien fundadas en la exégesis de los textos bíblicos que hablan explícitamente del oficio apostólico, sus requisitos y su duración, indican que éste por su propia naturaleza se limitó necesariamente a los testigos oculares contemporáneos de Jesús. Ahora, si Efesios 4:11 enseñara lo contrario, sería una contradicción flagrante en la enseñanza bíblica sobre este tema. Pero este texto, que habla mucho del origen de los cuatro oficios que Cristo, en su Ascensión, dio a la iglesia naciente, no dice absolutamente nada sobre la respectiva duración de cada uno de ellos, o más precisamente, la forma distinta en que cada uno de ellos había de ejercer su función en el futuro. El argumento neo-apostólico, de que los distintos oficios mencionados tienen que ser todos de la misma naturaleza y duración, no sólo carece totalmente de base exegética en el texto, sino es una suposición gratuita con el evidente propósito, no de entender y aclarar el texto, sino de defender una tesis a priori ajena al texto.

El tema de Efesios 4:1-16 puede resumirse como “Unidad y diversidad en el cuerpo de Cristo, para su crecimiento integral”. Pablo exhorta a los efesios a “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (4:3) y señala siete expresiones de esa unidad (4-6). En seguida se refiere a los diferentes dones y oficios en la iglesia (4:7-11) y el propósito y resultado de éstos en la edificación y madurez del cuerpo (4:12-16). En el bloque central aparece tres veces el verbo dídwmi (dar): en el aoristo pasivo (edothê, “fue dada”, 4:7) y dos veces edwken (4:8,11, aoristo activo). Todo el énfasis de 7-11 cae en el acto de dar los dones, en el momento específico de la Ascensión de Jesús (4:8-10). Es claro que se trata de una sola acción de Cristo en un tiempo definido del pasado. Del futuro no dice nada, ni positivo ni negativo, de ninguno de los cuatro oficios.

El Salmo 68, que Pablo cita aquí, tiene muchas interpretaciones pero todas ellas parten del concepto de una marcha triunfante de Dios sobre la tierra, para recibir después el botín de su victoria:  “Que se levante Dios, que sean dispersados sus enemigos… aclamen a quien cabalga por las estepas… Cuando saliste, oh Dios, al frente de tu pueblo, cuando a través de los páramos marchaste, La tierra se estremeció… Van huyendo los reyes y sus tropas… Los carros de guerra de Dios se cuentan por millares; del Sinaí vino en ellos el Señor para entrar en su santuario. Cuando tú, Dios y Señor, ascendiste a las alturas, te llevaste contigo a los cautivos; tomaste tributo de los hombres, aun de los rebeldes (cf. v.29-31),

para establecer tu morada… Dios aplastará la cabeza de sus enemigos…

Por causa de tu templo en Jerusalén, los reyes te ofrecerán presentes.”                   (Sal 68:1,4,7,12,17,18,21,29; cf. 34-35 NVI)

En resumen, Dios va en marcha sobre la tierra, entra en batalla, vence a sus enemigos y recibe botín de ellos. En la tradición judía, la frase “ascendiste a las a las alturas” se interpretaba como la subida de Moisés al Sinaí, o del arca al Monte Sión, o implícitamente el regreso de Dios al cielo después de derrotar a los enemigos del pueblo. En Efesios 4 Pablo da una versión cristológica del mismo salmo, pero con diferencias sorprendentes: “”Cuando ascendió a lo alto, se llevó consigo a los cautivos, Y dio dones a los hombres” ¿qué quiere decir eso de que “ascendió”, Sino que también descendió a las partes bajas, O sea, a la tierra? El que descendió es el mismo que ascendió por encima de todos los cielos. Para llenarlo todo. (Efes. 4:8-9; cf. 1:23 NVI). En esta atrevida relectura del Salmo 68, Pablo introduce varios cambios: al “subió” de Salmo 68:18 Pablo agrega “también descendió”; omite las descripciones de marchas y batallas, pero mantiene el tema del botín, como símbolo de los dones; donde el salmo dice “recibiste dones”, Pablo lo cambia a “dio dones”.

¿Por qué será que Pablo haya escogido este texto antiguo, aparentemente tan alejado del tema entre manos, y que le requería hacer cambios tan grandes en el texto hebreo? El texto mismo sugiere que Pablo quiere relacionar la repartición de dones y oficios con la Ascensión de Jesús. “Este mismo” (autos), que descendió y ascendió, “constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas”, etc., como también en su Ascensión dio carismas y repartió dones” (4:7). Llama la atención esta conexión de los dones, tanto de 4:8 como de 4:11, con un momento histórico ya pasado y específicamente la Ascensión, a diferencia del Pentecostés (cf. Hch 1:22, apóstoles como testigos de la Ascensión).

De esa manera, todo este pasaje confirma nuestra tesis que nuestro texto (4:11) afirma el origen de todos los dones en Jesucristo Resucitado y Ascendido a la derecha del Padre, pero no dice nada, ni explícita y implícitamente, sobre el futuro distinto de cada uno de los cuatro oficios mencionados. Otros textos enseñan con toda claridad que el testimonio apostólico tuvo que ser de una vez para siempre, pero que “profetas, evangelistas y pastores-maestros” tenían un futuro distinto. Eso de ninguna manera implica que el apostolado iba a tener ese mismo tipo de futuro.

¿Significa eso que ahora no necesitamos apóstoles? ¡Jamás! Siempre necesitamos “los apóstoles” pero para nada necesitamos “nuevos apóstoles”, como si no fueran suficientes y adecuados los que nombró Jesús. Éstos “apóstoles” de hoy no pueden ser apóstoles auténticos, porque no pueden cumplir con los requisitos definitivos de dicho puesto, como estipula el Nuevo Testamento. Pero a través de los siglos, cuando fieles cristianos han “perseverado en la doctrina de los apóstoles”, ha estado presente con toda su fuerza el ministerio de ellos. Ellos son el fundamento sobre el que tenemos que construir en cada generación, pero no nos toca echar de nuevo una y otra vez ese fundamento histórico echado por ellos (Ef 2:20; Col 1:23). Los apóstoles siguen viviendo, siglo tras siglo, en su testimonio al Señor de señores. Ahora el Nuevo Testamento es el lugar por excelencia donde nos encontramos con ese Cristo que vivió, murió, resucitó y ascendió hace dos mil años pero que vive por los siglos de los siglos. En comparación con la grandeza y poder de ese ministerio, nuestros modernos “apóstoles” no pasan de ser una triste parodia.

Oscar Cullmann, en un enjundioso artículo titulado “la tradición”, afirma el apostolado único e irrepetible de los apóstoles originales y lo relaciona con la definición del canon del Nuevo Testamento. Cullmann distingue entre el tiempo de los apóstoles, como fundamento, y el tiempo de la iglesia (p.182). Los apóstoles pertenecen todavía al tiempo de la revelación directa, el tiempo de la encarnación (p.183). Así es que el testimonio apostólico nos coloca en la misma presencia de Jesucristo (p.188); Cristo habla directamente por ellos (p.192). El paso del tiempo de los apóstoles al tiempo de la iglesia post apostólica se marca por la definición del canon del Nuevo Testamento (pp. 193-203). En la iglesia de mediados del siglo dos surgían muchos escritos apócrifos, enteramente legendarios (p.195) y “la tradición en la iglesia no ofrecía ninguna garantía de verdad” (p.196). Entonces, “con un acto de humildad”, la iglesia post apostólica “ha sometido toda tradición posterior elaborada por ella misma al criterio superior de la tradición apostólica codificada en las santas Escrituras” (p.196). De ahí en adelante, toda tradición de la iglesia tiene que ser juzgada por la tradición apostólica. Es por ignorar esto, afirma Cullmann, que la iglesia católica cae en el error de la sucesión apostólica y la infalibilidad papal. Problemas parecidos surgen con el movimiento neo-apostólico. Disminuir la normatividad de los apóstoles lleva, tarde o temprano, a disminuir la normatividad de su testimonio apostólico, el Nuevo Testamento.

¡Los apóstoles viven hoy y nos hablan por medio de las sagradas escrituras! Y al hablar ellos, como muestra Cullmann, habla Jesucristo mismo. ¿Podrá haber creyentes que no hayan escuchado la voz del Salvador en las palabras del Nuevo Testamento, y no hayan visto a Cristo en la página inspirada? Los apóstoles no han muerto ni se han quedado mudos. Ellos siguen viviendo y hablando por medio de su fiel testimonio al Señor.

Cuando cualquier texto se lanza a la historia, nadie sabe qué futuro podrá tener ese texto, nadie sabe cuál podrá ser el “delante” de ese texto. El autor muere, pero su texto sigue su marcha por el tiempo. De seguro San Pablo ni imaginaba la “vida futura” que iba a tener esa carta que escribió a los hermanos de Roma. Tres siglos después, en un jardín de Milán, un profesor de retórica y filosofía escuchó la voz de un niño que decía “tolle, lege” (toma, lee), y Agustín de Hipona tomó el libro de Romanos, lo leyó y su vida fue transformada. Más de un milenio después le tocó a un joven biblista agustino enseñar un curso sobre Romanos, Martín Lutero descubrió el secreto de la justificación por la fe y “se me abrieron las puertas del paraíso”. Después, el 24 de mayo de 1738, en una capilla morava en el pueblo de Aldersgate, Inglaterra, un misionero fracasado escuchó la lectura del Prefacio a Romanos de Lutero, y “faltando  unos quince minutos para las nueve” Dios habló a Juan Wesley, por medio del apóstol Pablo, y Wesley “sintió un calor extraño en su corazón y confió en Cristo como su único Salvador”. Y el libro de Romanos sigue su camino, tocando vidas y transformándolas, porque en ese libro habla Jesucristo por medio del Espíritu Santo. ¡No, mil veces No, los apóstoles no se han muerto, ni se han quedado mudos! Ellos siguen dando su testimonio al único Señor y Salvador, el Crucificado y Resucitado que está sentado a la diestra del Padre.

¡Gracias a Dios por los santos apóstoles y su testimonio! Pero de sus imitadores modernos, que nos libre Dios.




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